Lo maya en los mercados guatemaltecos (1959)

Lecturas y visitas a mecas arqueológicas se completan en estos mercados indígenas, donde lo producido por las expertas manos de los nativos de cada región en artesanías útiles y preciosas, y lo cultivado en frutos de la tierra, supera a lo extranjero, a lo traído al mercado de otras partes, imagen del Descubrimiento en espejitos que todavía ofrecen buhoneros, y de la conquista religiosa en el sin número de imágenes del culto católico que se dan a cambio de “limosnas” a los interesados, pues en este caso, por trtarse de objetos que se tienen por benditos, no se puede hablar de precio. Pero en este maremagnum del mercado sobresalen, en primer lugar, las telas indígeas, por su colorido, por su factura, por los dibujos que cubren las telas, dibujos que recuerdan los glifos de los monumentos o de los códices, y luego, en segundo término, para nosotros, las especies que se ofrecen en montoncitos de colores diferentes, desde el negro rotundo de la pimienta, hasta el amarillo pálido del polvo de semilla de girasol, sin olvidar la fragancia de las vainitas de vainilla, de lustroso luto rojizo, ni las hojas de laurel espolvoreadas, ni la manzanilla, la rosa de jamaica, el jengibre, y de aquí en adelante, todos los ajíes o chiles verdes, colorados, zambos, sietecaldos, picantes siniestros, infernales para los paladare no acostumbrados, que a veces se ofrecen en forma de polvos de hermosísimo color de sangre, de tierra de esmeraldas, de violentos amarillos de oro mate.

Pero esto sería lo sustantivo en el mercado, lo que se trae a la venta, lo que ampliado a todos los menesteres y necesidades, cubre plazas enteras con objetos de cuero, de mimbre, de fibra, comestibles crudos o cocidos, yerbas medicinales, amuletos, alfarería, objetos fabricados con cuero, con carey, muebles de pino, pintados magistralmente con colores primarios y gracioso dibujo, mesas, cofres, ponchos de lana, tinajos, juguetería, etc. Nos fatigaríamos de hacer la cita pormenorizada, tanto abarca un mercado indígena, y tan variado es en esto que hemos llamado lo sustantivo, para completarlo con lo que llamaríamos su más bella adjetivación: las figuras de los mercaderes, hombres y mujeres que parece que no compraran ni vendieran, que no escogieran frente a cada puesto lo mejor, lo que más les gusta, para adquirirlo, previo un largo rosario de ofertas y demandas rechazadas, sino que ejecutaran una danza al compás del murmullo suave de las palabras que antojan el vuelo de millares de abejas sobre todas aquellas cabezas negras y cuerpos de vestidos coloridos propios de un ballet.

¡Máscaras!...

El mascarero nos hace pensar en un chimán o sacerdote antiguo. Su aspcto físico, lo firme de sus actitudes, su silencioso porte y la suavidad, por momentos recelosa, con que nos muestra su mercancía. Las máscaras de madera con los enigmáticos nahuales o animales esculpidos, sustituyendo a la nariz de una serpiente, y en los carrillos esculpidos, sapos, tortuguitas, o simplemente venados. Estas máscaras nahualísticas no son pintadas, pertenecen a un culto anterior a la conquista.  Las máscaras coloridas corresponden a los bailes de la época colonial, al “Baile de la Conquista”, en el que se enfrentan castellanos e indios, al “Baile del Venado”, al “Baile de la Culebra”. No se trata, por supuesto, de máscaras auténticas, antiguas, sino de copias que se siguen haciendo de aquellas, con bastante fidelidad algunas veces, si se comparan con las que aparecen en algunas inscripciones, máscaras que corresponden a dioses, pero que la gente cree que son simples máscaras diabólicas.

¿Podría seguir la supervivencia de la gran cultura maya en estos mercados?, nos preguntamos. Y creemos que sí. Al menos de la cultura de base —la folk cultura—, pues así encontramos reunidos los elementos, por ejemplo en tinajería, que no son sino la repetición de cacharros que se descubren frecuentemente en las excavaciones que se realizan, no sólo en el Petén, no solo en las célebres ciudades mayas, sino en muchos otros sitios de Guatemala: Las Charcas, Majadas, Providencia, en el valle de Guatemala, Zacat, Xarexong (Valle de Almolonga), y Salcajá (altiplano occidental), excavaciones de las que se extraen vasijas, de mil y quinientos años antes de Cristo.

Es en verdad significativa e inquietante la presistencia de esas culturas, no obstante las presiones a que se les ha sometido, algunas terribles, para tratar de borrar sus vestigios y evitar su supervivencia. Sin embargo, allí están, pero no sólo en forma arqueológica, muerta, sino viva, vivísima, en estos mercados que son una gloria de color, de riquezas, de existencia, en los que el oído se halaga con el hablar cadencioso del indio que jamás alza la voz, y el olfato con los olores de las comedorías, donde los alimentos son sometidos a tan arduas maquinaciones, que, como ocurre con la milenaria comida chna, jamás se sabe al final qué es lo que se está comiendo.

Nuestros dedos, reunidos a manera del tenedor más primitivo, entran y salen a una escudilla de barro vidriado, que tiene orejitas de animal, como agarraderas, para saborear un guiso de hongos —ellos lo llaman anacates—, un guiso amarillo con un suave picor y un delicadísimo sabor vegetal de raíz y tierra dulce.

Hombres y mujeres comen ceremoniosamente. Sus blancos dientes de mastines entran y salen de las carnes de presas cazadas la víspera, o de pescados de lagos o de ríos, entre la humaeda de las cocinas de carbón y leña, el humo blanco sutil y penetrante de los cocimientos en ollas de barro, en torteras esponjosas de arroz blanco, junto a los atoles y a todos los cocimientos de maíz, y los tamales salados, dulces, con chile o con anís...

Se nos interpretaría mal si se pensara que al hablar nosotros de supervivencia de las más antiguas culturas mayas, nos refiriéramos a las clases sacerdotales, a las clases elevadas; al hablar en esa forma aludimos a supervivencias populares que siguen siendo un importante tema de estudio, ya que a través de ellas se está edificando ahora una nueva interpretación de las citadas culturas, y para ello, los mercados guatemaltecos son verdaderos museos vivos.

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