Uno de los milagros del periodismo moderno, son los fotógrafos, y entre éstos hay que rendir homenaje a los fotógrafos deportivos. Así lo pensamos domingo a domingo, después de los partidos de fútbol. Cuando aún resuenan en las canchas los ecos de las ovaciones, de los aplausos o las silbatinas, cuando el público está abandonando las tribunas y los jugadores todavía están cambiándose, los voceadores van gritando su prodigiosa mercancía por las calles: los vespertinos deportivos que ofrecen ya las primeras imágenes del encuentro que acaba de jugarse. La crónica más completa la han hecho los fotógrafos. Diríase que hasta las páginas de los diarios, que los aficionados arrebatan para confirmar el triunfo de su club o desengañarse sobre la derrota del equipo preferido, llegan en magistrales fotografías, negro sobre blanco, los instantes culminantes de cada jugada. Los cuerpos lanzados al aire tras la pelota, las cabezas emergiendo sobre el horizonte negro de las cabezas de los millares de espectadores, las peripecias frente a las porterías, los porteros volando corno pájaros, lanzándose igual que cohetes para pescar la pelota al aire, o arrojándose por tierra para atraparla en el suelo. Y luego, cuando la pelota aparece anidada en la red del gol, con la elocuencia redonda del "tanto", el guardavalla tendido por tierra, igual que herido o muerto.
Los fotógrafos, con la magia de sus cámaras y su capacidad artística, de verdaderos artistas, prolongan de horas, en cada tarde de domingo, la emoción de los partidos de fútbol. Pero es mayor la magia de estas fotografías, si uno las tiene en las manos, ante los ojos, en la misma noche. Es entonces cuando mantienen toda su magia, acaso porque en el ambiente de la ciudad queda el halo de la emoción recién vivida, sobre todo en los partidos de gran nota. Y no faltará el exagerado que en su fanatismo nos diga que en las fotos los jugadores se mueven, cinematográficamente casi, igual que se movían en el campo, veloces en la carrera, ágiles en el salto, con sus cabezas en lo alto de sus cuellos alargados, como figuras del Greco, los brazos abiertos en forma de alas de ave, o de aspas de molinos.
Pero ya hemos dicho que estas gráficas conservan el calor, la fuerza, la emoción con que fueron captadas, siempre que lleguen a nuestras manos en las horas que siguen al partido. Son imágenes arrebatadas a las canchas, robadas al momento, al instante, con el gesto que la lente fija, gesto y actitud de un jugador, de apenas un segundo. ¿Cuál ese segundo? ¿Cuál ese instante? Hemos conversado largamente con los fotógrafos deportivos y hemos sacado la conclusión que en sus mejores gráficas obedecen a una sensibilidad muy especial, a un instinto profesional muy agudo. No llegan a explicar, a explicarse por qué fue en aquel momento preciso que abrieron y cerraron el obturador. ¿Qué les indujo? ¿Qué les movió? Como en todo arte hay una secreta sabiduría que permite hacer las cosas, lo que yo pienso es que se debe reivindicar para estos artistas gráficos, el lugar que les corresponde. Que poseen una larga experiencia, ya se sabe, que conocen los sitios en que se producen los momentos estelares de un partido, también es sabido, pero a todo esto debe añadirse que hay una virtuosidad en ellos, que no es común, que forma parte de una creación artística. Trabajan con una máquina, pero no es sólo la máquina, la lente; hay algo más: la virtuosidad artística, repetimos, virtuosidad que hace durable lo que fue fugaz, sin perder por ello parte de esa fugacidad, ya que en el papel también parece que las figuras se escaparan. Y nada más.
Los fotógrafos, con la magia de sus cámaras y su capacidad artística, de verdaderos artistas, prolongan de horas, en cada tarde de domingo, la emoción de los partidos de fútbol. Pero es mayor la magia de estas fotografías, si uno las tiene en las manos, ante los ojos, en la misma noche. Es entonces cuando mantienen toda su magia, acaso porque en el ambiente de la ciudad queda el halo de la emoción recién vivida, sobre todo en los partidos de gran nota. Y no faltará el exagerado que en su fanatismo nos diga que en las fotos los jugadores se mueven, cinematográficamente casi, igual que se movían en el campo, veloces en la carrera, ágiles en el salto, con sus cabezas en lo alto de sus cuellos alargados, como figuras del Greco, los brazos abiertos en forma de alas de ave, o de aspas de molinos.
Pero ya hemos dicho que estas gráficas conservan el calor, la fuerza, la emoción con que fueron captadas, siempre que lleguen a nuestras manos en las horas que siguen al partido. Son imágenes arrebatadas a las canchas, robadas al momento, al instante, con el gesto que la lente fija, gesto y actitud de un jugador, de apenas un segundo. ¿Cuál ese segundo? ¿Cuál ese instante? Hemos conversado largamente con los fotógrafos deportivos y hemos sacado la conclusión que en sus mejores gráficas obedecen a una sensibilidad muy especial, a un instinto profesional muy agudo. No llegan a explicar, a explicarse por qué fue en aquel momento preciso que abrieron y cerraron el obturador. ¿Qué les indujo? ¿Qué les movió? Como en todo arte hay una secreta sabiduría que permite hacer las cosas, lo que yo pienso es que se debe reivindicar para estos artistas gráficos, el lugar que les corresponde. Que poseen una larga experiencia, ya se sabe, que conocen los sitios en que se producen los momentos estelares de un partido, también es sabido, pero a todo esto debe añadirse que hay una virtuosidad en ellos, que no es común, que forma parte de una creación artística. Trabajan con una máquina, pero no es sólo la máquina, la lente; hay algo más: la virtuosidad artística, repetimos, virtuosidad que hace durable lo que fue fugaz, sin perder por ello parte de esa fugacidad, ya que en el papel también parece que las figuras se escaparan. Y nada más.
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