Hacia la ciudad maya de Copán (1959)

El avión arrancó de Toncontín, puerto aéreo de Tegucigalpa, la capital de Honduras, a media mañana. Destino, Copán, la Ciudad Maya de las Piedras Verdes. Por las condiciones del tiempo, poco favorables, nos tocó hacer el vuelo de Tegucigalpa a San Salvador, de San Salvador a Ocotepeque y de aquí a Copán. Volando sobre territorio hondureño se baila un poco en el aire. Los chupetones de las hondonadas a lo largo de un paisaje que es como un mar de olas de piedras, en las que como espumarajes verdes se amontonan los pinos, hacen subir y bajar el cuadromotor como un carrito de montaña rusa. Es así casi siempre que se vuela sobre territorio de Honduras. Pero, a la distancia, mientras avanza el reloj y va llegando mediodía, empiezan a dibujarse igual que pirámides gigantes, volcanes y más volcanes. Las nubes oponen sus pantallas de sombra que el sol atraviesa con toda su fuerza, descomponiéndose sus rayos en haces aún más luminosos. Un caprichoso juego de reflectores solares. Pronto se limpia más el cielo y se divisa la mole del Volcán de San Vicente y más pronto, a sus pies, trepando y bajando por su falda gloriosa, el Valle de Jiboa, uno de los valles más feraces y mejor cultivados de El Salvador y tal vez de Centro-América. El sube y baja ha cesado; el avión recobra su estabilidad y no tardamos en guardar un grito de sorpresa, haciéndonos todo ojos para admirar entre los repliegues del terreno verde oscuro, pedregoso, un estanque de leche azul turquesa que pronto ha de parecernos de polvo licuado de esmeraldas, a sabiendas ya de que nos aproximábamos al Lago de Ilopango, que es el que da el nombre al aeropuerto de San Salvador, la capital salvadoreña. Un viaje de 45 minutos que después de una breve escala reanudamos con destino a Ocotepeque antes de llegar a Copán. La nueva y la vieja Ocotepeque, porque aquí se nos explica que esta población fue borrada por una terrible inundación hace años, y hubo de ser reconstruida más lejos. Luce, la contemplamos desde el avión con sus calles rectas y su iglesia airosa. El terreno se quiebra. Las serranías se suceden. Ríos. Lechos de ríos secos y ríos de agua abundante. Poco a poco nos vamos acercando a la hoya en que se asienta Copán, ciudad de vientos en un clima de algodonosa frescura vegetal aquí junto a los cerros, ya que abajo, en la ciudad, situada a seiscientos metros sobre el nivel del mar, suele ser caluroso y en ciertos meses ardiente.

Pero ya estamos. El avión recorrió la breve pista de tierra. El viaje ha durado alrededor de dos horas. Enfrentamos un pequeño aeropuerto en el que de entrada vemos restos de sillería labrada, caras y signos de piedra traídos de las ruinas.

El arqueólogo Jesús Núñez Chinchilla, Director del Instituto Antropológico de Honduras, con sede en Tegucigalpa, se apresura a explicarnos que no deben sorprendernos aquellas piedras talladas que se hallan a la entrada del pequeño aeropuerto, porque toda la región es campo arqueológico, y el mismo pueblo, Santa Rosa Copán, al cual nos dirigimos en "jeep", ha sido edificado sobre terrenos en los que haciendo la más pequeña excavación se encuentran restos de la Copán de los mayas, y no tardamos en pasar junto a un monolito. Se ve trepado a un lado del camino. Es una visión fugaz. En el hotel de Santa Rosa Copán, bastante bueno por cierto, almorzamos y dejamos nuestras pertenencias, listos para la visita de las ruinas.

Pero volvamos al arqueólogo Núñez Chinchilla. Realizó sus estudios hasta doctorarse en México, y sus últimos trabajos de campo los efectuó en Palenque en compañía del arqueólogo mexicano Alberto Ruz, al cual se debe últimamente el famoso descubrimiento de una tumba en el piso interior del edificio que llaman Templo de las Inscripciones. Y es famoso dicho hallazgo, pues desde siempre se venía buscando si al igual de las pirámides egipcias, las pirámides mayas habían servido de cámaras funerarias y había la creencia de que no. El encuentro del arqueólogo Ruz en Palenque contradice lo que se afirmaba al respecto. Sin embargo, persiste la creencia de que las pirámides entre los mayas, a las que mejor sería nombrar basamentos, sólo servían como bases o plataformas para sostener en su parte cimera pequeños templos, adoratorios, o edificaciones destinadas a los dioses, los cuales, por ser de materias más deleznables, algunas veces desaparecieron, quedando sólo la pirámide.

En Copán, ruinas que tiene a su cargo el arqueólogo hondureño que nos sirve de guía, Profesor Núñez Chinchilla, éste ha tenido la feliz idea de combinar la belleza de un parque de céspedes verdes muy bien cuidados, árboles de la región en bosquecillos decorativos, con los suntuosos edificios, estelas, plazas ceremoniales, juego de pelota y escalinatas de la Copán de los mayas, única, pasmosa, desafiante y de la que ya alguien dijo que evoca el tercer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Nuestros ojos sorprenden ya la maravilla . . . 

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