Las radios portátiles (1970)

En los países donde abundan los melómanos, se ha propagado el uso de las radios portátiles en forma tal, que las autoridades han tenido que intervenir, prohibiendo su uso en los trenes y vehículos que transportan pasajeros. Pero, a juzgar por los programas que estos aficionados a la radio portátil escuchan, hay que decir más que melómanos, son aficionados a los deportes predilectos y a las carreras de caballos. El que no ha podido asistir a una cancha donde juega su equipo favorito, o a uno de los hipódromos donde corre el caballo al cual le apostó, se conforma, esté donde esté, con escuchar la transmisión que se hace a control remoto, y de ahí que a ciertas horas, los domingos por la tarde, era imposible viajar en tren, sin enloquecerse, ya que cada radiómano, con su aparato a distancia o pegado a la oreja, oía un partido de fútbol distinto del que escuchaba otro radiómano. No pocos siguen los programas de los cantantes de sus orquestas preferidas y a ese mundo inconexo que crea el sonido, al irse trasmitiendo un partido de fútbol se añade el no menos inconexo de la trasmisión de una carrera en alguno de los hipódromos, teniendo todo esto como fondo musical una canción cantada en la pequeña radio del pasajero aficionado.

Otro radiómano contribuye a construir esta Babel de sonidos, próxima al delirio: el aficionado a los boletines noticiosos. Con éste se colmaba la medida del enloquecimiento, ya que no se trataba de uno, sino de varios que iban escuchando distintas emisoras, con distintos informativos. El viajar en trenes y vehículos colectivos se hacía por lo mismo desesperante, especialmente para aquellas personas que salían de sus trabajos cansadas y necesitaban lograr, siquiera en el tren, un momento de reposo antes de llegar a sus hogares.

Contra las prohibiciones y reglamentos dados, no han faltado quienes consideren que se les coarta su libertad, aficionados que consideran que no existe el derecho ajeno, sino el individual llamado a satisfacer a la persona con detrimento de los demás. Y se ha establecido, podemos decir, una verdadera guerra entre los portadores de estas radios en miniatura, cada vez más pequeñas y más sensibles, y los inspectores de trenes, buses y tranvías que intentan dar cumplimiento a la prohibición. Es mas que una guerra, una verdadera caza de brujas. Muchas veces no se sabe cual de los pasajeros lleva oculto el aparato y casi se ve obligada la autoridad, a palparlos, como si llevaran armas prohibidas.

Pero esta ingenua diversión de la radio portátil, tiene un envés en verdad trágico. Las ciudades son ya bulliciosas por el número de vehículos que circulan por sus calles, poco reglamentado el uso de la bocina, de los escapes de motores, y al mismo tiempo por todos los gritos de vendedores de periódicos, baratijeros y los altavoces de algunos comercios. Ya esto es para desquiciar los nervios a cualquiera, si se agrega la multiplicación que en los últimos tiempos ha tenido el uso de las radios portátiles. Consecuentemente, han aumentado las enfermedades de los nervios, los que pierden su equilibrio y se desquician mentalmente, ya que el ruido, científicamente está comprobado, es uno de los factores que más contribuyen a crear alteraciones en el sistema nervioso, debilitándolo y preparándolo para caer en estado de angustia, abatimiento, y así hasta la esquizofrenia.

Se han establecido multas importantes y arrestos de uno a treinta días, para aquellos que reincidan en el uso de sus aparatos portátiles; y no se trata de una medida encaminada a coartarles las libertades del uso de tales instrumentos en público, sino defender a la población de una plaga que sólo en forma de langostas sonoras, cayó sobre Egipto, y que ahora se repite en forma de estos aparatitos al parecer inofensivos, pero que en verdad son pequeños alvéolos de un gran panal de ruidos incesantes.

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