La biblia de los indios quichés o biblia de América (1959)

ASI SE ha llamado al Popol-Vuh de los indios quichés, una de las ramas más importantes de la gran familia de los mayas. Un europeo hablando del Popol-Vuh decía: "tiene sabor a pan sin levadura", y en efecto, su paladar acostumbrado a la literatura con levadura occidental, encontraba desabrido aquel nuevo pan, aquel pan indígena, aquel pan de maíz que en el correr de las edades se amasó con las creencias del hombre hecho de maíz y la sangre sacerdotal de la lengua perforada por la espina de maguey, en las ceremonias en que los oficiantes se perforaban la lengua para enmudecer en el gran dolor necesario como sacrificio, a fin de que a las tribus no faltare la palabra que es el verdadero y único camino del hombre y alimento de los dioses.

Poco a poco, sin embargo, este pan sin levadura para los europeos se ha ido haciendo al gusto de los occidentales. Primero, en las sociedades científicas, y después en los círculos de las personas informadas, literatos y artistas, el Popol-Vuh ha venido a ser un libro de indispensable conocimiento para todos.

En la más "antigua antigüedad", este libro debió haber estado pintado en tablitas, como se deduce del mismo texto, por manos tan hábiles como las de los artífices que miniaban las iniciales en los misales y libros de horas de la Edad Media. Se escribe el texto popol-vuhico porque ya no se ve cómo estaba antes, y se escribe en quiché, pero va con caracteres latinos, lo que permite al Padre Ximenes traducirlo al castellano. Ha dejado de ser pintura y canto, gracias a la sabiduría de aquel fraile benemérito, y se escribe para que "su faz no esté oculta al pensador", oculta antes tras el velo de la pintura, y oculta ahora tras los caracteres latinos.

Si juzgamos, por lo que conocemos, las páginas de los Códices, no es aventurado decir que el Popol-Vuh pintado debe haber sido un libro único, por su línea y colorido deslumbrante, un universo americano en la época de la creación y formación del mundo. Allí estaba la sabiduría. Era el libro del consejo. Es lo que significa en quiché Popol-Vuh, Libro del Consejo. El libro que conocían los del Consejo, es decir los que gobernaban. Y su desaparición, en esta forma bella de colorido y línea, data de cuando el conquistador de odioso nombre, pretextando que su preciosa vida de bandolero estaba en peligro, puso fuego a la ciudad de Utatlán, capital del Señorío Quiché.

Las llamas que devoraron la mágica ciudad, de la que pocas descripciones quedan y algunas ruinas en las alturas guatemaltecas, no lograron borrar de la memoria de los que interpretaban las tablillas pintadas con la historia quiché, lo que después oralmente fue pasando de una generación sacerdotal a otra, hasta la época en que uno de estos sacerdotes conocedor de las letras latinas, lo escribió entre los años 1550 a 1560. Se da como probable redactor a Diego Reynoso. Y es en esta forma, redactado en quiché, ya con caracteres latinos, que lo descubre el Padre Francisco Ximenes, cura párroco de Santo Tomás Chichicastenango, a principios del Siglo XVIII.

El ilustre fraile dominico, en los amplios salones de su enorme casa conventual, al sol de las mañanas bien aprovechadas y de las tardes olorosas a mieles silvestres, traduce del quiché al castellano este extrañísimo documento, y más de un calofrío debe haber ocurrido por su espalda al recibir el oleaje poético de lo que antes que canto de gesta había sido espejo de eternidades pintado por excelsos miniaturistas. Componía, el Padre Ximenes, las páginas de su traducción en dos columnas, en una de ellas copiaba el texto quiché, en la otra su traducción al castellano, con tal minuciosidad que observando el manucristo parece percibirse el pulso de sus venas, de las venas de sus muñecas, único acompañante acompasado de aquellas horas de soledad laboriosa.

Concedemos la mayor importancia al hecho de que el Padre Ximenes se haya ceñido lo bastante para hacer oscuro su castellano, al texto quiché, porque al hacerlo cedía a la belleza literaria del Popol-Vuh, y al ceder que era conceder, dejaba en suspenso por momentos su condición religiosa, aunque en algunos otros, con el recurso del Demonio, explicaba las extrañas aproximaciones de la llamada biblia quiché a la santa biblia.

Aprovechando el texto quiché y la traducción castellana del Padre Ximenes, el Abate Brasseur de Bourboug, ilustre clérigo francés, carga con el manuscrito de Ximenes que se hallaba a mediado del siglo pasado en la Biblioteca de la Universidad de Guatemala, y traduce el Popol-Vuh del castellano al francés, traducción que es más una interpretación del documento, añadiendo sentimientos e ideas europeas al texto aborigen. Sin embargo, a Brasseur debe reconocérsele el que gracias a su traducción y a sus estudios científicos, en Europa se interesaran por esta obra, que se lleva después al alemán, al inglés, y a todos los idiomas.

Entre las últimas versiones del texto quiché, la más autorizada es sin duda, la del Profesor Georges Raynaud, el cual durante medio siglo tuvo a su cargo la cátedra de Religiones Antiguas de la América Media, en la Universidad de París. El rigor científico de este investigador, su conocimiento profundo de las lenguas indígenas derivadas de la lengua maya, le permitieron rectificar muchas de las incorrecciones en que por su fantasía incurrió el Abate Brasseur, entusiasmado, como muchos, por emparentar el texto aborigen con las creencias occidentales, y aclarar algunos pasajes oscuros del texto, poniendo más felices interpretaciones. Lo que podría llamarse la primera parte del Popol-Vuh corresponde a la fábula. Hay fábulas de fábulas. La niebla matutina es una fábula de la mañana. Se le ve desprenderse llevándose copia de las cosas de la tierra. Esta es la sensación que nos da el canto popol-vuhico cuando empieza a pintarnos la creación del mundo. Es una copia en neblina fría de lo que pasó cuando las manos cálidas de las divinidades americanas, abuelas y abuelos, empezaron la formación del mundo.

Después de proclamarse el nombre de cada supremo dios, proclamación que se hace con la figura material, plástica, rodeada de resonancias verbales, poéticas, estos dioses supremos proceden a la creación del mundo sirviéndose de la materia preexistente (ningún pueblo de América concibió la idea de una creación ex-nihilo), y luego de crear los cielos, la tierra, las aguas, las plantas, los animales, sienten la necesidad de "sostener nutridores", es decir de seres que les rindan veneración, ya que los animales, por no poseer el don de la palabra, no podían alabarles, no podían nutrirlos con la palabra.

Se plantea entonces a los dioses quichés el problema de crear al hombre, al ser que los nutrirá con su palabra. Intentan varias veces la creación del hombre. Fracasan. El hombre hecho de barro, de arcilla, se deshace con el agua, no resiste. El hombre de madera y de zazafras, carece de flexibilidad en sus movimientos. Quede en los bosques, salte de rama en rama de los árboles en forma de mono. "De tierra hicieron la carne", dice a la letra el Popol-Vuh. "Vieron que aquello no estaba bien, se caía, se amontonaba, se ablandaba, se mojaba, se cambiaba en tierra, se fundía, la cabeza no se movía, el rostro quedábase vuelto a un solo lado, la vista estaba velada, y hablaron sin sensatez. En seguida aquello se licuó no se sostuvo en pie". Y al referirse a los hombres hechos de madera, expresa el texto: "Al instante fueron hechos los maniquíes, los muñecos construidos de madera. Pero no tenían ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus constructores, de sus formadores, andaban, caminaban sin objeto". Luego describe el Popol-Vuh cómo fueron destruidos estos hombres, sin ingenio, sin sabiduría, sin memoria (no se acordaban del cielo), entre inundaciones y sismos, y de los que en los bosques encontramos los descendientes, en los monos.

En este punto, la creación del hombre queda en suspenso, para hacer relación de las guerras entre los dioses. Los dioses engendrados luchan sus guerras jugando a la pelota con los dioses de la desaparición. El juego de pelota más de una vez se convierte en juego de palabras, de adivinaciones. (Toda palabra, en el fondo, es una adivinación, una adivinación poética). Pero no es nuestra intención seguir las luchas de las divinidades, sino volver a la creación del hombre.

Preocupa a los dioses haber fracasado tantas veces en la formación del ser que ha de nutrirlos con su palabra. Y se lee, o se ve pintando que las divinidades volvieron a celebrar consejo en las tinieblas, en la noche. Buscaron, discutieron, meditaron, deliberaron y "sobre la aparición del alba" encontraron lo que debía entrar en la carne del hombre.

Cuatro animales: el gato de monte, el coyote, la cotorra y el cuervo sirven de consejeros, informan a los dioses de la existencia de las mazorcas de maíz amarillo, de las mazorcas de maíz blanco y "así encontraron" el maíz, la substancia que debía entrar en la carne del hombre. El canto se arremansa para describir el sitio en que se encontró "ese maíz", era una país lleno de cosas sabrosas, cacao, zapotillos rojos, anonas, frutas fragantes, miel... "Entonces, sigue el texto, fueron molidos el maíz amarillo y el maíz blanco, y (se hicieron) nueve bebidas... solamente mazorcas amarillas, mazorcas blancas entraron en la carne del hombre. Cuatro fueron los hombres así formados y por no haber tenido padre ni madre se les llamó varones".

El Libro del Consejo refiere cómo y por qué fue reducida la visión de estos seres extraordinarios. Alcanzaban a verlo todo recién formados por los dioses. Pero se les puso neblina en las pupilas, para que su vista sólo alcanzara a lo que está cerca, para que sólo vieran un poco de la faz de la tierra.

Al hablar de la mujer, el canto popol-vuhico cuida que Si.e dicho todo con las palabras más tiernas. "Y allí estaban sus mujres cuando despertaron; sus corazones se regocijaron' instante a causa de sus esposas, cuyos nombres fueron, según Ximenes: "Agua parada que cae de lo alto", "Agua hermosa y escogida", "Agua de gorriones o colibríes", "Agua de guacamaya". Y allí estaban sus mujeres cuando despertaron".

Formado el hombre, el Manuscrito de Chichicastenango, como también se llama el Popol-Vuh, por haber sido descubierto en este lugar, el mamotreto indígena escribe con caracteres latinos, en lengua quiché por Diego Reynoso, formado el hombre, decíamos, el texto nos "pinta" las peregrinaciones de estos cuatro primeros varones, y abandonando el terreno de la fantasía, de lo mitológico, entra al campo de la historia. Ellos guiaron a las tribus, y en la parte final del libro se dan las cronologías de las familias que gobernaban a la llegada de los españoles.

La creación del mundo, la creación del hombre, las luchas entre los dioses (juego de pelota, juego de palabras, engaños cabalísticos y formas de hechicería nagualística), la peregrinación de las tribus, y el establecimiento de los señoríos, componen el Popol-Vuh, que a mi juicio debe seguir siendo estudiado y además "sentido" por los artistas americanos. El poeta y el pintor penetrarán más en el texto sagrado, en el campo mágico de una lengua con musculatura vegetal de bejuco, por lo flexible, y de aguamieles rimando paraísos perdidos. Menos necedad occidental y más claridad de esa  América que se perdió y pervive, y que no tiene por qué salir a mendigar a otras puertas, belleza, verdad, ni sabiduría, porque las tiene en su corazón, bajo las llaves del símbolo.

Porque, además de lo dicho, en este Libro del Consejo, el indio americano nos "pinta" lo que era la forma de una civilización americana. Sus páginas encierran, cotejan, razonan, glosan, no sólo los orígenes del mundo, de nuestro verdadero mundo, sino su evolución lógica. El maya-quiché se levanta en sus concepciones, propias, auténticas, hasta las cimas que alcanzaron hombres de otras culturas. Busca la divinidad, pues la encuentra y le da su medida. Y lo más hermoso, lo que es el privilegio del hombre americano desde sus orígenes, en ninguna de las páginas de este libro, se exalta la fuerza bruta. La humanidad empieza divinizada en los tocadores de flautas, en los mágicos pintores, en los jugadores de pelota, en los jugadores de palabras. No hay guerreros, no hay triunfos de armas bélicas.

Su poesía acompaña a saltos de pelota de goma, los hechos más hermosos de la vida de relación, desde los hilos de la gerencia hasta el gobierno de las ciudades, edificadas alrededor del árbol-abuela del "yaxché" milenario, imagen del árbol de la vida, el árbol que trajeron del país de la abundancia.

Sin querer hemos venido trazando una posible guía para leer el Popol-Vuh, y no queda sino agregar que a veces el texto parece fatigoso, por sus repeticiones, el "paralelismo" del maya-quiché que repite con nombres diferentes para subrayar cada concepto. Y ya que esta guía para leer el Popol-Vuh debe ser completa, el lector debe consultar, antes de su lectura, un mapa de las regiones en que se desarrollan los acontecimientos para compenetrarse mejor de la naturaleza que acompaña a estas divinidades, héroes y hombres.

La naturaleza montañosa y lacustre; los lagos como mares internos de relación entre los pueblos; la tierra y el agua que en las zonas geográficas de Guatemala se encuentran, como si los dedos cristalinos de los ríos, una gran mano marina de agua dulce, entraran a los dedos de una gran mano de tierra que sale hasta Yucatán; el lógico desarrollo del relato, dentro de la geografía, al describir la vida errátil hasta llegar a la civilización sedentaria; el paisaje de líneas curvas que unido al clima de brisa y aroma produce en el habitante un temperamento suave e inclinado a la fantasía: el maíz que es en esta literatura como el trigo en la literatura occidental, y las creencias de ultratumba, todo ha sido reducido a las proporciones del canto en el Popol-Vuh, canto que empieza en color y acaba en resonancia que sigue siendo color, ya que las palabras conservan el matiz de lo que expresan. Y hasta aquí el guía. 

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