Copán, ciudad maya de juegos y astros (1960)

LA PLAZA de Ceremonias, tachonada de estelas, va quedando a nuestra espalda, al encaminarnos hacia el juego de Pelota. El arqueólogo que nos sirvió de guía, Núñez Chinchilla, explica que a diferencia de otros Juegos de pelota, este de Copan, no tiene los anillos por donde se supone que los jugadores hacían pasar la pelotita de hule, sino marcadores con forma de cabezas de guacamayos. Este juego era absolutamente religioso, ceremonial, y de ahí que a él, sólo tenían acceso, además de los jugadores, cinco de cada lado, un escaso número de personas, sacerdotes y principales, como se deduce del poco espacio con gradas destinadas a los espectadores. En el museo arqueológico de Santa Rosa Copán, en unas piedras circulares, nítidamente esculpidas, se conservan escenas de este juego. La pelota, a juzgar por estos bajorrelieves, era impulsada por los jugadores, cinco de cada lado, con las caderas, los hombros y los pies, pero nunca las manos. Era una pelota de hule macizo que pesaba por lo menos dos libras. Llama la atención en estas imágenes que conservan las escenas del Juego de Pelota, el movimiento que a las figuras de los atletas mayas logró imprimir el escultor. Es casi una escultura en movimiento. Casi se suelta de la piedra. Y con estas imágenes, al recorrer en las ruinas el Juego de Pelota, nos abstraemos y retrotraemos en el tiempo para contemplar, con los ojos del espíritu, lo que serían estas justas. Los atletas tratando de que el balón diera contra los marcadores, cabezas de guacamayas, para anotarse puntos ganados. A los lados de la inmensa plataforma donde se desarrollaban los encuentros, se alzan los contrafuertes, inclinados por los que la pelota saltaría, impulsada por los jugadores, para dar en la cabeza del guacamayo, o volver simplemente al centro de la pista. Estos contrafuertes, en la parte alta se ven coronados por edificaciones, pasillos y habitaciones sin salida por donde ambularían los jugadores, y donde, indudablemente guardaban sus implementos de juego.

Y aquí se encuentra perfectamente conservado en un dintel, uno de los techos en que se admira cómo los mayas, sin llegar a la bóveda, se iban aproximando a la misma, en una media bóveda de aletas de techo sobrepuestas, sólo posibles, desde luego, en la fuerte y gruesísima estructura de los muros de base.

Desde el Juego de Pelota, contemplamos lo que se llama el Acrópolis. No es la terminación más apropiada, pero se usa por comodidad, desde el siglo pasado, siguiendo la nomenclatura de Alfred Maudslay, autor de una obra monumental de cinco volúmenes, después de sus viajes y exploraciones en las ruinas mayas, y el cual dejó las bases del método científico a seguirse en estas investigaciones.

Desde el Juego de Pelota, dominamos otro espacio abierto, inmenso, pero menos extendido que el de la Plaza de las Ceremonias. Pero es la Escalinata de los Jeroglíficos, la que aquí nos roba los ojos. Se trata de una obra única en toda el área maya. Sus 63 peldaños están cubiertos de inscripciones jeroglíficas. Los glifos de cada una de estas 63 gradas han sido primorosamente tallados. Y no parece sino una cascada de piedra que si materialmente la vemos caer de arriba abajo, a lo largo de veintiseis metros de altura, sobre la plaza ceremonial, espiritualmente la vemos ascender, verterse sobre el azul infinito del cielo, con los más audaces signos de cálculos astronómicos que el hombre de esa época haya realizado. Pero no sólo las gradas están decoradas, sino las rampas de casi diez metros que tiene la escalinata de lado y lado. Imágenes de pájaros, serpientes, de una belleza de talla sin igual, exornan estas rampas. Y toda la decoración se completa con cinco figuras de dioses o sacerdotes sentados, cada figura de más de un metro, ochenta centímetros de altura.

Pero hemos coronado, trabajosamente, escalón por escalón, descansando al lado de cada una de esas figuras de dioses o sacerdotes, tratando de explicar el misterio de la piedra que se mueve, hasta lo alto de la colina, en la que se alzaba un templo. Ahora no hay vestigios. Los árboles. La vegetación y nada más. Y, la verdad, no quisiera uno despegarse de aquellos sitios. Convertirse en uno de aquellos troncos centenarios, tal vez milenarios, de raíces que pulsaron como últimos vestigios de la fe de las tribus en sus teogonías, la vibración profunda que se desprendía de las piedras olvidadas, soterradas, otros motivos de devoción y arrobamiento.

Deescendemos la Escalinata de los Jeroglíficos y nos alejamos, por la plaza hasta situarnos en el otro extremo, y sentarnos en una silla de piedra, desde el cual se mira, perfectametne centrada, la escalinata, sentado uno en esas silla de piedra, se está en el centro de aquel espacio, y desde allí podían seguir los astrónomos mayas, el movimiento del sol, fijar el mediodía exactamente, y acaso los movimientos de la Luna y Venus.

El Juego de Pelota, los dioses y los astros fueron la ocupación de este pueblo que esculpió en piedras verdes no sólo las formas sino la música de las formas que aún se oye. A la izquierda entre las raíces en forma de serpientes, de una ceiba, se hallan los restos de un templo coronado por frisos bellísimos de figuras mitológicas, y entre éstas, por desgracia separada de su sitio, el llamado "Viejo de Copán", Dios Solar que pertenecía al Templo II.

El Juego de Pelota, religioso y artístico, la religión con sus sacrificios humanos, y la ciencia lunar y solar, con sus cálculos del tiempo no solamente como el paso de los días, sino como abstracción, todo se explica en contacto de Copán, para que nada faltara, al par que la preciosa filigrana de las estelas, maravilla del arte del escultor, uníanse las obras de ingeniería, tal y como puede constatarse observando los trabajos de drenaje, efectuados en el año 600 de nuestra era, los cuales han sido descubiertos a través de templos y edificaciones, que hemos de seguir visitando.

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